Hoy les traigo el relato que me hizo ganadora de el XVII Certamen de relatos cortos de mi instituto. A ver qué les parece. ¡No se olviden de comentar!
Una ocasión especial
Me desperté sobresaltada, había tenido una pesadilla. Hoy era un día muy importante. Miré el reloj, ya eran las ocho y media y la graduación comenzaría a las nueve y cuarto. Tenía que darme prisa si quería estar lista cuando me recogiera Héctor.
Héctor era mi novio desde hacía dos años, habíamos quedado en ir juntos a la graduación. Me vendría a buscar sobre las nueve.
Fui a darme una ducha rápida, peiné mi rebelde cabello y, ya estaba comenzando a vestirme, cuando mi madre llamó a la puerta de mi habitación.
- Pasa, mamá. Estoy terminando de vestirme – dije mientras me ponía la toga para la graduación.
- Hija, estás preciosa. Parece mentira que mi niñita ya sea tan mayor – dijo con voz débil y lágrimas en los ojos.
- Mamá, no empieces con sentimentalismos. Yo me conformo con estar aceptable para la ocasión.
- Alba, ya tienes las tostadas en la mesa de la cocina – gritó una voz desde el piso de abajo.
- Gracias, papá. Pero prefiero no comer mucho esta mañana. Me basta con una manzana - contesté gritando también.
- Pues vale, tú te lo pierdes – me respondió mi padre haciéndose el dolido.
- Bajo para consolarlo, no tardes mucho – me comunicó mi madre después de abrazarme.
A los cinco minutos bajé las escaleras y me encontré a mi padre en la cocina.
- Buenos días, cariño. ¿Qué tal has dormido? – preguntó dedicándome una sonrisa.
- Fatal, he tenido una pesadilla espantosa en la que llegaba tarde a mi graduación.
- Jajaja, con lo despistada que eres no me extrañaría – dijo con su agradable risa.
Ignoré su broma y miré el reloj. ¡Las nueve y diez! Fui corriendo a mi habitación a terminar de vestirme. Me miré en el espejo. Estoy horrible con esto puesto…, pensé maldiciendo a la persona que inventó semejante atuendo.
Bajé de nuevo las escaleras justo cuando sonó el timbre. Mi madre abrió la puerta.
- ¡Buenos días, Héctor! – saludó mi madre.
-¡Buenos días, mamá! – respondió sonriendo.
En ese momento pensé que cualquier persona ajena a mi familia se quedaría extrañada por la gran confianza que había entre ellos. Incluso yo, algunas veces, me sorprendía de lo bien que se llevaban mis padres con mi novio. No es que con el tiempo hayan llegado a este punto. No, nada de eso. Desde que mis padres lo conocieron quedaron encantados con él. Es como un hijo más. Algo comprensible, ya que él es todo lo que cualquier padre quiere para su hija. Estudioso, responsable, amable, educado, incluso guapo. A veces me pregunto qué puede ver en mí. Soy justo lo contrario a él: apruebo con mucho esfuerzo, soy despistada, torpe y no soy muy agraciada que digamos… He tenido mucha suerte al haberlo encontrado.
Héctor entró en casa mientras hablaba con mi madre y se quedó boquiabierto cuando me vio.
- ¡Estás preciosa, Alba! – dijo dándome un rápido beso en los labios.
A mis padres no les importaba esa intimidad entre nosotros, mientras no fuéramos más allá de un beso o un abrazo. Repito, tengo mucha suerte… demasiada, diría yo.
- Tú, que me ves con buenos ojos – respondí correspondiéndole con otro fugaz beso.
- Bueno, chicos, como no os deis prisa vais a llegar tarde – nos recordó mi madre -. Tu padre y yo estaremos allí en cuanto terminemos de prepararnos. Nos vemos allí.
Como respuesta, Héctor y yo nos dirigimos hacia su coche, un deportivo plateado. La mañana se presentaba con un espléndido sol. Héctor me abrió la puerta del copiloto, pasó por delante del coche y se sentó en el asiento del conductor. Su caballerosidad era una de las cosas que más me gustaban de él. Llegamos al instituto en apenas cinco minutos.
La entrada del instituto estaba llena de jóvenes que pronto dejarían de ser estudiantes para pasar a ser futuros universitarios. Había chicas llorando, apenadas por una futura separación; otras abrazando a sus amigas prometiéndose que se mandarían mensajes a menudo; chicos recordando travesuras y riéndose con sus amigos. Pero a todos se les leía en sus ojos la emoción y esperanza por lo que les deparaba su nueva vida, con la ilusión de alcanzar sus propios sueños.
Cuando salimos del coche, Héctor me apretó la mano con suavidad y me miró con sus preciosos ojos color miel. Nos acercamos a los chicos que habían sido nuestros amigos durante todos estos años de instituto. Saludamos a Patricia, mi gran amiga, la que me había ayudado con todos mis problemas, tanto académicos como amorosos. Ella me saludó con un fuerte abrazo mientras las dos, como tontas, nos poníamos a llorar.
Después saludé a Miguel, mi gran amigo, el que había sido mi primer amor. Lo nuestro fue amor a primera vista, aunque tardamos varios años en declararnos. Decidimos terminar la relación al formarse una especie de triángulo amoroso con un amigo suyo, Isaac, que se interpuso entre nosotros, pues se encaprichó de mí. Gracias a la amistad tan fuerte que teníamos Miguel y yo antes de comenzar a ser novios, habíamos conseguido seguir siendo muy buenos amigos. Es más, él fue quien me presentó a Héctor un año después de nuestra ruptura. Comenzamos a salir dos meses después de conocernos.
Patricia y Miguel llevaban ya un año de novios; la noticia de su relación me había llenado de felicidad y, la verdad, se les veía muy enamorados.
De repente se oyó por los altavoces la voz de la directora anunciando que nos dirigiéramos hacia las gradas del gran patio que poseía el instituto para tomar las fotos del anuario. Mientras nos colocaban en ellas en orden alfabético, agradecí que nuestros apellidos empezaran por la misma letra, ya que saldríamos juntos en las fotos que nos recordarían durante toda nuestra vida los recuerdos de nuestra amistad, que todos esperábamos durase para siempre.
Cuando el fotógrafo nos pidió que dijéramos mariquita para sacarnos la foto, no pudimos menos que sonreír, ya que el escudo de nuestro instituto era una flor de color ámbar con una pequeña mariquita posada en uno de sus pétalos con la que, frecuentemente, se hacían bromas de este tipo.
Inmediatamente después de sacarnos la foto, nuestras familias se acercaron a nosotros llorando por la emoción, abrazándonos y felicitándonos. Mi madre llevaba un vestido muy elegante con unos bonitos pendientes decorados con perlas - regalo de Héctor por su cumpleaños - y mi padre iba vestido con un traje que le quedaba realmente bien. Ambos se acercaron a mí con una pequeña caja rectangular.
- ¿Y esa caja? – pregunté.
- Es nuestro regalo por tu graduación, Alba – me contestó mi padre.
- Venga, ábrelo, cariño – me urgió mi madre.
Comencé a abrirlo con mucha curiosidad. Era un collar con la cadena de plata de la que colgaba una figura de cristal, que recordaba a un trébol de la suerte, de la que me había enamorado desde que la había visto en un catálogo.
- ¡Muchas gracias! – dije emocionada abrazándolos.
Fui en busca de Héctor para enseñárselo y me lo encontré con sus padres, Alexia y Fernando, y su hermano mayor, Julio, con su esposa Estefanía.
- Buenos días, Alba – me saludaron sus padres.
- ¡Cuánto tiempo! – exclamaron Julio y Estefanía.
- Hola, me alegro de volver a verlos – les respondí mientras le daba dos besos a cada uno.
-¿Y ese colgante? – me preguntó Héctor.
No se le escapaba nada nunca.
- Me lo acaban de regalar mis padres por la graduación – le respondí.
- Te queda muy bien – comentaron todos.
- Gracias – les respondí sonriendo.
- Bueno, es hora de irnos a tu casa para poder cambiarnos de ropa y llegar pronto al picnic – dijo Héctor.
Habíamos quedado con Patricia y Miguel en el bosque que estaba a las afueras del pueblo para celebrar la graduación.
- Sí, nos vemos esta noche en mi casa – nos recordó Julio -. No puedes faltar, Alba.
- No faltaremos – prometí.
Después de despedirnos de la familia de Héctor y de la mía, fuimos a su casa para ponernos ropa cómoda. Estuvimos en la entrada del bosque con nuestros amigos una hora más tarde. Elegimos una mesa grande para nosotros cuatro y la llenamos de comidas y bebidas sin alcohol, ya que a ninguno de nosotros nos gustaba. Trajimos helados de vainilla, chocolate, trufa y fresa, de los que no quedó ni rastro al finalizar el picnic.
- ¿Ya habéis recibido respuesta de alguna universidad? – nos preguntó Patricia.
- Sí, a Alba y a mí nos han admitido en la misma universidad – contestó Héctor besándome en la frente.
- ¿Y a vosotros? – pregunté interesada.
- Nosotros no hemos tenido tanta suerte, pero nuestras universidades están en la misma zona, así que nos compraremos un pisito por allí.
- Vaya, así que la cosa va en serio, ¿eh? – dije guiñándoles un ojo.
Asintieron mirándose muy tiernamente.
- ¿Vais a algún sitio estas vacaciones? – preguntó Miguel.
- Sí, resulta que mis padres me quieren pagar la universidad, así que el dinero que había estado ahorrando para hacerlo, la usaremos para irnos de viaje a Macedonia a visitar a unos parientes míos – contestó Héctor con voz alegre.
- ¡Qué suerte! Yo quería ir a la playa y sentir la brisa marina, hacer submarinismo y mirar los corales de los arrecifes…pero como mi abuela se ha puesta enferma, la iré a cuidar en su casa de campo todo el verano… - respondió Patricia.
- Y como yo no puedo estar sin ella, la ayudaré – respondió Miguel sonriéndonos.
- Cosa que sé valorar, ya que a Miguel no le gusta nada el campo – respondió Patri besándolo.
Parece mentira cómo cambian las cosas. Patricia era la chica menos cariñosa que podías encontrar, juraba que nunca se iba a enamorar porque le parecía una pérdida de tiempo, pero fue conocer a Miguel y cambiar de opinión como por arte de magia.
- Por cierto, podéis venir una semana, si queréis, a visitarnos este verano, ya que la casa es muy grande – nos propuso Patricia.
- Te tomo la palabra – le contesté.
Nos pusimos a hablar sobre lo que queríamos estudiar en la universidad. Patricia quería estudiar derecho para ayudar a su padre en el buffet que presidía; Miguel quería ser médico en uno de los hospitales más famosos de la ciudad; Héctor quería ser profesor de Historia y yo quería estudiar la carrera de periodismo para ser algún día locutora de radio con un programa propio.
Pasamos horas y horas recordando los buenos y malos momentos que habíamos vivido juntos. Ya estaba anocheciendo cuando Miguel sugirió que brindáramos.
- Buena idea – dijo Héctor.
- ¡Por… la aventura que la vida nos depara y… la promesa de alcanzar nuestros sueños! – exclamé alzando mi copa.
- ¡Por la aventura que la vida nos depara y la promesa de alcanzar nuestros sueños! – repetimos al unísono mientras chocábamos nuestras copas, dando por concluido un capítulo de nuestras vidas, el cual todos recordaríamos.
¿Qué les ha parecido?
8 comentarios:
Waoooo!! Pedazo relato aburríguilla!! ^^ Me ha gustado mucho, enhorabuena!! ¿Cuál era el premio? Un besot! ;)
Gracias, me alegro que te guste. Pues era un pen drive de 2 GB y un libro, Por trece razones de Jay Asher.
Está super bien!!!
Yo también participé en un concurso en mi instituto, pero solo llegué a finalista...
Besos ^^
Jeje, me alegro que les guste ^^.
Por trece razones!!!!!!!!!!!!!!!! Pues espero que lo reseñes pronto, porque ese a lo mejor me lo compro ^^
Te espera premio en mi blog ^^
ok, lo pensaré!! ^^ Ahora mismo me paso :p.
O.O shock
¡Qué pasada! No me extraña que ganaras con este pedazo de relato.
Erga, me alegro que te guste... :D Yo aun estoy esperando que me den el diploma xD
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