El principito, de Antoine de Saint-Exupéry

Hace un par de días publiqué una entrada con un desafío exprés que pretendía conseguir que, antes de que concluyera el año, hayamos leído algún que otro clásico. Mi meta son cinco y este libro es uno de ellos.

Así comienza...

Cuando yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el Bosque Virgen que se llamaba Historias Vividas. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera. He aquí la copia del dibujo.

Bueno, bueno, ¿qué puedo decir de este clásico francés que no haya dicho ya? Sinceramente, nunca me había llamado la atención, ni siquiera cuando siempre salía un fragmento de la obra en los ejercicios de lengua de primaria o secundaria.

Pero como me lo habían recomendado tanto y a mi madre se lo regalaron hace un par de años, me propuse leerlo este año. Tampoco iba a ocupar demasiado tiempo, puesto que no llega a cien páginas.

Debo decir que estaba preparada para que me aburriera o me decepcionada. Para nada. No me parece el mejor libro del mundo, pero la verdad es que es bastante entretenido e interesante.

La obra está narrada por un hombre que se ha encontrado con el principito y que nos cuenta las aventuras que este le había narrado. Con una narración ligera y aparentemente infantil nos hace reflexionar sobre temas bastante interesantes.

En definitiva, El principito parece estar destinado a un público infantil por su prosa, pero en su simplicidad se esconden muchos mensajes complicados y reflexivos. A través de esa personalidad joven y limpia de prejuicios que posee el principito nos hace darnos cuenta de muchas cosas. Y es de esos libros que, hasta que no los lees muchas veces, no te das cuenta de todos sus secretos.

 -Solo los niños saben lo que buscan -dijo el principito-. Pierden tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca se transforma en algo muy importante, y si se les quita la muñeca, lloran...

-Tienen suerte -dijo el guardaagujas.